En mi labor
comunitaria aprendí a ser más tolerante y comprensiva con mi prójimo, a ser más
humilde y compartir mi alegría con las personas sin hogar. Entendí que se es
más feliz cuando se da y se sirve con amor. Le perdí el miedo a las personas
sin hogar y me pude dar cuenta que son seres humanos que aunque han errado el
rumbo y que necesitan del prójimo para que los ayuden a encontrar el camino correcto
o por los menos a cincelar ese diamante valioso que Dios nos dio el cual yo llamo vida. Las recomendaciones
que hago para el programa de servicio y apostolado a la comunidad es que esta
labor comunitaria sería factible realizarla en verano si es permitido porque
hay más tiempo disponible. Debería haber alguien que nos supervise o nos
corrija el informe escrito del apostolado para así cometer los menos errores posibles.
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